miércoles, 23 de febrero de 2011

Permezzo i Permezza

Permezza
Retratada l'any 2003 pel pintor Gabriel Pérez Bolaño


Permezzo
Retratat l'any 2003 pel pintor Gabriel Pérez Bolaño




Los amigos de Frankenstein (Primera parte)

Mary Shelley relata en el prefacio de su inmortal novela "Frankenstein" las circunstancias a partir de las cuales inició su redacción. Estando de visita en Suiza, con su esposo el Sr. Shelley y con un reconocido amigo, Lord Byron, se vieron sorprendidos por el mal tiempo que no les permitía emprender visitas por la zona, como tenían planeado. Encerrados en la casa donde se alojaban, junto a un lago, cerca de Ginebra, pasaban el tiempo conversando y leyendo antiguos libros de terror alemanes. La situación les llevó una noche a proponerse un reto: escribir cada uno de ellos un relato terrorífico que tuviera lo sobrenatural como tema. Mary Shelley ideó una de esas noches el inicio de "Frankenstein", ella misma cuenta que a partir de un sueño.



Sus dos compañeros, sin embargo, dejaron su tarea a medias, pues mejoró el tiempo y prefirieron ocuparlo al aire libre. De los tres proyectos de novela, solo el de Mary Shelley llegó a terminarse y a publicarse.

Hace solo unos meses, durante un viaje por Suiza, me hallaba de paso en un pequeño pueblo cuyo nombre no recuerdo. Nos detuvimos porque el lugar nos pareció gracioso y agradable. Llegamos sobre las 11 de la mañana, y hacíamos tiempo antes de comer para reemprender la marcha a media tarde. Mientras mis compañeros de viaje se metían en un bar para tomar un aperitivo, yo me dejé seducir por una pequeña tienda de libros antiguos que tenía un aspecto sucio y pintoresco. No estaba muy claro si la tienda estaba o no abierta al público, pues el polvo que había en los cristales sería inaceptable para cualquier comerciante mínimamente competente. Sin embargo la puerta estaba abierta, y en su interior, además de cientos de libros y un dedo de polvo por doquier, había un hombre de avanzada edad, sentado en una sillita y ojeando un libro. Me dio la bienvenida en francés y me invitó a curiosear.



Mi dominio del francés es bastante limitado, pero alcanza para hacerme entender y para enterarme de la esencia de lo que se me dice. Llevaba media hora en la tienda cuando el anciano me llamó. Quería enseñarme un libro que tenía entre las manos. No era un libro editado, sino una libreta manuscrita, una especie de diario de aspecto antiquísimo, castigado por el tiempo. El hombre me informó de que acababa de recibir una caja llena de libracos más viejos que antiguos, más sucios que añejos, procedente de una casa del pueblo. La señora de la casa, una mujer de más de 90 años, según dijo, había muerto recientemente y sus herederos habían empaquetado sus libros y se los habían quitado de encima vendiéndolos al librero por unos pocos francos suizos. Se trataba de viejas ediciones alemanas y suizas de clásicos alemanes, franceses e ingleses. Algunas eran ediciones interesantes, pero ninguna de ellas era nada del otro mundo. En el fondo del cajón, el librero acababa de encontrar aquel pequeño diario manuscrito que ahora tenía entre manos. Pero resultaba que estaba escrito en inglés, una lengua que el viejo no conocía. La letra, además, era casi un jeroglífico de ardua lectura. Por esa razón me reclamó, con la esperanza de que pudiera darle alguna información sobre el librillo que le permitiera catalogarlo y ponerle precio, o quizás lanzarlo simplemente a la basura.



Pocas veces me ha recorrido el espinazo una sensación de excitación tan intensa como ese día, en ese momento, cuando tras unos segundos de inspeccionar aquel diario pude comprobar que aparecía una y otra vez una firma al final de cada artículo. No me costó reconocer en ella la palabra Shelley. También identifiqué diversas fechas del año 1816, así como algunas ubicaciones como Ginebra y Chamonix. Mi reacción fue tan evidente y transparente que el viejo librero se puso de inmediato en pie y recuperó de un zarpazo el libro.

Llamé por teléfono a mis compañeros de viaje para decirles que se fueran sin mí a comer. Me ofrecí al librero a hacerle de interprete y ayudante en las primeras averiguaciones, a lo cual accedió. Me temblaban las manos cuando abrí la cubierta y empecé a leer la primera página del manuscrito, pero me temblaron más cuando descubrimos que el librillo, efectivamente, estaba escrito de su puño y letra por Percy Bysshe Shelley, el poeta romántico inglés esposo de Mary Shelley, durante los meses de verano de 1816. Lo que tenía en las manos era el diario de aquel verano, del verano en que Mary Shelley dio vida a Frankenstein. El valor de aquel librillo, de confirmarse nuestras suposiciones, era incalculable. Pero eso no era todo.

Me pareció que le daba un infarto al viejecillo, y que también me daba a mí, cuando descubrimos que en aquel librillo Percy Bysshe Shelley había escrito a lo largo de los últimos días de mayo y los primeros de junio, el esbozo de un argumento para un relato de terror. El viejo y yo nos dimos cuenta de que teníamos en las manos la segunda de las historias que surgieron de aquel reto nocturno entre tres amigos atrapados por la lluvia. Percy Shelley no había llegado a desarrollar su argumento, pero parecía que acabábamos de descubrir que había hecho parte de sus deberes.

Yo me mostré dispuesto a leer y traducir el relato, que ocupaba unas 30 páginas del cuaderno. No importaba el tiempo que llevara. Sin embargo, el viejo librero, que había palidecido y que mostraba síntomas de estar al borde de un colapso, rescato el diario, lo guardó en su escritorio, regresó hasta mí y tras darme las gracias, me rogó que me marchara. Mis protestas no sirvieron de nada. Lo más que conseguí fue arrancarle la promesa de que me escribiría una carta (el hombre no sabía lo que era un ordenador), explicándome sus posteriores investigaciones y la esencia de aquel esbozo de relato de terror.

No olvidé esta peripecia, y aunque pasaban los meses, cada mañana seguía buscando en el buzón alguna carta llegada desde Suiza. Nunca hablé de ello con nadie.

Hace aproximadamente tres meses, casi un año después de aquel episodio, la carta llegó.

martes, 22 de febrero de 2011

El demonio bajo la piel

Estados Unidos (2010)
Dirigida por Michael Winterbottom
Escrita por Michael Winterbotton y Robert D. Weinbach, a partir de la novela de Jim Thomson
Interpretada por Casey Affleck, jessica Alba, Kate Hudson, Bill Pullman, Ned Beatty, Elias Kosteas, Simon Baker.


La piel dura


Después de ver "9 songs" (horrible), quien me iba a decir que iba a gustarme una película de Winterbottom. De hecho me había prometido (sin mucho énfasis) no ver ninguna otra. Si me encontré frente a "El demonio bajo la piel" fue por una serie de circunstancias con las que no voy a aburrir a nadie.
Es necesario meterse "bajo la piel" de una película para que ésta tenga alguna oportunidad de agradarnos. Algunas películas son muy accesibles, son de amplio espectro. Esta película, en cambio, tiene la piel más dura, y si no se accede a ella, su lenguaje parece swahili. El kid de la cuestión, el resorte mágico, se encuentra en este caso en el enfoque, en el punto de vista que se nos propone. Winterbottom no quiere hacer una película de cine negro actualizado, no quiere hacer una película de acción, ni siquiera de suspense. Su propósito es hacer un retrato de la psicología de un asesino. Vista la película desde ese prisma resulta un trabajo realmente interesante.

El esfuerzo en este sentido salta a la vista cuando se observa, poco a poco, la imprecisión con la que se nos cuentan los acontecimientos que rodean al protagonista. Con ello queda patente que lo importante no es el argumento propiamente dicho, da igual el cómo, el cuándo y el dónde. Lo fundamental está dentro de la esfera en la que habita este personaje cuyas motivaciones no son tangibles, sino que surgen más bien de su desequilibrio.

Toda la película está concebida a partir de ese enfoque. Cualquier otra interpretación la convierte en un galimatías. Las elipsis, a veces inexplicables, las incoherencias en el hilo de la investigación, solo tienen sentido si asumimos que la única información que tenemos es aquella que procesa nuestro protagonista o aquella que considera relevante y que le motiva para actuar, así que es una información elíptica, entrecortada e imprecisa. Partiendo de ahí, y recordando que la mente en la que se nos convida a meternos es la de un loco, la coherencia interna de la película es impecable.

Hay momentos de gran brillantez en esta película. De verdadera altura cinematográfica. En primer lugar, Winterbottom es capaz de hacernos creer que, aun en su afán asesino, el personaje opera con coherencia, y consigue de un modo inquietante que se produzca un cierto grado de empatía entre el espectador y este demonio. Observamos que es un criminal, pero no nos damos cuenta de que en realidad estamos en la mente de un verdadero desequilibrado, de alguien que hace su propia interpretación de la realidad. En este sentido la organización de la película es extremadamente precisa y hábil. Cuando nos vamos dando cuenta, ya es tarde, ya llevamos adherido al personaje a la piel. Es una sensación inquietante de la cuál el que suscribe no consiguió desprenderse hasta unas cuantas horas después de salir del cine.

El psicópata que aquí se nos retrata es incapaz de sentir remordimiento, es incapaz de sentir culpa, pero eso no es incompatible con que tenga momentos de ternura, con que tenga minúsculos destellos de amor. Su impulso asesino, la extrema frialdad de su mente, le conducen a cometer sus actos a pesar de que intelectualmente comprenda que son horrendos. Pero solo es capaz de sentir de un modo racional, es decir, de un modo aprendido, y por tanto sus "sentimientos" racionales resultan inocuos. Hay un gran esfuerzo para mostrar esas paradojas, y en algunos casos está logrado con brillantez. Véase, por ejemplo toda la trama relacionada con su novia, y en la que no me voy a extender para no desvelar información.

Casey Affleck, un actor que no me gusta en absoluto, borda su papel. Está simplemente perfecto. Lo digo porque tiene que ser muy jodido interpretar semejante personaje, en semejante película. También Kate Hudson está muy bien, todos los actores sin excepción se sujetan férreamente a sus papeles, a la parcialidad que tienen en esta película hecha de trozos, que a la fuerza les obliga a ser extremadamente precisos.

La atmósfera entre gélida y cálida que construye Winterbottom, con una fotografía entre quemada y azulada, los breves e indefinidos flashbacks, la parcialidad que tiene la imagen, cuyo fuera de campo es enorme, la voz en off, la sordidez de las escenas de violencia, así como el constante movimiento que hay en la película, forma parte de un meditado trabajo de dirección que por una vez obliga al que suscribe a quitarse el sombrero ante este director de irregular filmografía, e incluso a proponerse revisar algunas de sus películas. 

Los que vayan a ver "El demonio bajo la piel" deben prepararse para entrar en la mente de un asesino. No encontrarán nada más. No hay enigmas que desvelar ni una trama llena de suspense y sorpresas. Pero no se desesperen por ello, ya hay muchas otras películas de misterio, y los que consigan meterse bajo su piel, vivirán una experiencia realmente intensa. 

viernes, 18 de febrero de 2011

Krasnogorsk 3 (Segunda y última parte)

La Krasnogorsk 3 tiene algunas leyendas asociadas bastante curiosas, como esa de que Krzysztof Kieslowski se inició con esta cámara, o esa otra de que Spike Lee filmó algunos planos de "Get on the bus" con una K-3. Estas tienen mucho de veraces. No es tan creíble, sin embargo, la historia que una vez me contaron y que es de largo mi favorita.

Se dice que a finales de los setenta, en la fábrica KMZ de Krasnogorsk, donde se producía la cámara, trabajaba una muchacha de unos 22 años muy espabilada y con muchos recursos. La chica, cuyo nombre desconozco y desconocía también el coleccionista ruso que me contó este cuento, tenía un amante del que estaba prendada sin remedio. El chico (cuyo nombre también se desconoce) era más joven que ella, de unos 16 años, y soñaba con ser cineasta. Así que nuestra heroína decidió regalarle una cámara Krasnogorsk 3 para que empezara a hacer realidad su sueño, y de paso, para complacerle y ganarse su amor eterno.

La muchacha no era una trabajadora cualificada, trabajaba en una zona de embalaje y de logística dentro de la planta. E ideó un plan para robar una de las cientos de K-3 que cada día pasaban por sus manos. Los soviéticos eran muy estrictos con los números, así que no lo tuvo fácil. Pero su puesto de trabajo le facilitaba las cosas. El problema no estaba en coger la cámara y llevársela, sino en hacerla desaparecer de los registros. Las cámaras le llegaban a ella ya con el número de serie grabado, con lo que éste era ya inalterable. Cada número de serie debía tener un destino marcado. Otra cosa despertaría inmediatamente una investigación. Ella era la encargada de apuntar los números de serie en los registros. Pero, ¿como aprovechar esa ventaja? No podía hacer desaparecer un número sin más, pues en los muelles de carga se empaquetaban y cargaban un numero fijo de cámaras, 50 en concreto. Esas cargas se hacían, registralmente, a partir de números consecutivos. La desaparición de una cámara supondría que en una carga habría 49 cámaras, y no 50. Añadir otra, alteraría todo el criterio numérico de carga y sería fácilmente descubierto. El único modo de hacerlo era marcar una determinada cámara con su número de serie como un "paquete especial". Eso permitía desviarla de la cadena de embalaje y resetear los números de referencia para la carga. En cuanto alguien hiciera preguntas, solo había que mostrar los registros dónde se especificaba que esa cámara era un "paquete especial". Eso hizo nuestra heroína.

La mayor parte de las veces no se hacían más preguntas, pero en esta ocasión, su supervisor quiso saber por qué en concreto la cámara con número de serie 78010662 estaba señalada como "paquete especial". La chica tuvo que improvisar. Explicó que, por lo que había oído, se trataba de un obsequio para uno de los principales miembros locales del partido comunista. La explicación dejó satisfecho al supervisor, un hombre muy puntilloso, que tomó buena nota de ello.

La chica había escogido esa cámara y no otra por una razón concreta. El número de serie, aquello a lo que la mayoría de mortales no haría el menor caso, pero en lo que ella andaba metida todo el santo día, no era otro que la fecha de cumpleaños de su amante: el primero de junio de 1962. Los dos primeros dígitos, 78, daban cuenta del año de producción. Le pareció un detalle del destino que una partida con esa numeración llegara a sus libros en ese preciso momento. Así que aquella fue la cámara escogida.

Todo fue muy bien. Le llevó la Krasnogorsk 3 numero 78010662 a su joven muchacho, que la recibió extasiado, feliz como jamás lo había visto. Pensó que su plan había funcionado a la perfección, y que aquel chico del que estaba perdidamente enamorada, sería suyo para siempre. Pero ocurrió algo que ella no había previsto. Al poco de tener la cámara, una sombra apareció: el amor por el cine que aquel joven sentía, empezó a desplazarla. La pobre chica tenía que seguirle a todas partes para que rodara esto y aquello, vio como algunas ansiadas citas se cancelaban porque su amante tenía planeado filmar determinado evento. Pasaba horas aburrida en su apartamento mientras el chico revelaba y editaba los metros y metros de película que empezaban a inundar el piso. Los enormes riesgos que había corrido no daban los frutos esperados. Su amor tenía una competidora inesperada, la Krasnogorsk 3.

A las pocas semanas del hurto, una delegación política municipal hizo una visita a la planta de KMZ. Entre los miembros del grupo se encontraba el mandamás del partido a quien, según ella, se le había mandado como un "paquete especial" la cámara que en realidad había sido sustraída. No tenía por qué pasar nada, pero pasó. Cuando la delegación llegó a la zona de embalaje y logística, se les explicó a los políticos la precisión con que se llevaba registro de todas las unidades producidas. El supervisor quiso demostrar su afirmación y desafió a la delegación a escoger un número al azar. Con esa referencia se podría obtener el destino exacto de la cámara en cuestión. Quiso el azar que fuera aquel político quien diera una cifra, quiso el azar que el hijo del mismo tuviera 16 años y hubiera nacido el mismo día que el amante de nuestra heroína, y quiso el azar que, de todas las cifras que el político pudo haber dicho, mencionara en concreto los números de esa fecha, el primero de junio de 1962. Y lo que ocurrió es ya previsible: el supervisor observó que aquella cámara era un "paquete especial" y que había sido un regalo para un miembro local del partido comunista. Todos sonrieron con sorna y quisieron saber de qué político se trataba. El supervisor, un poco apurado, se hinchó de satisfacción cuando comprobó que, efectivamente, aparecía registrado un nombre. Cuando lo dijo, saltaron las risas en las caras de todos los miembros de la delegación, excepto en la de uno.

El pastel se descubrió allí mismo. Nuestra protagonista, que ya había entrado en un estado de amargura por causa de su amante, nacido el primero de junio de 1962, y del amor de éste por el cine, fue rápidamente identificada y acorralada. Ese mismo día se obsequió (por las molestias, según se dijo) al político en cuestión con una cámara Krasnogorsk 3 y se suspendió la actividad de nuestra heroína en la fábrica. Una semana después fue enviada hacia el este con destino desconocido.

El vendedor ruso que me contó esta historia no conocía el final de ninguno de sus personajes, aunque algunas fuentes apuntan que aquel muchacho al que su enamorada obsequió con una K-3, llegó a ser un importante cineasta, hoy internacionalmente reconocido, cuyo nombre no se puede confesar. De la chica, nadie sabe nada. El político era ni más ni menos que... bueno, tampoco se puede confesar, y no aporta nada nuevo a esta historia.

La leyenda, si puede llamarse así a una historia que solo tiene 33 años de antigüedad y cuyos protagonistas siguen, se supone, con vida, tiene un epílogo todavía más reciente que, de hecho, todavía no se ha cerrado. En el año 1995, en Polonia, apareció en un anticuario de Cracovia una cámara Krasnogorsk 3 con el número de serie 78010662. Se dice que la compró un coleccionista alemán, y desapereció sin dejar rastro. Hasta 2003. Ese año, no se sabe cómo, ni dónde, ni por quién, la 78010662 volvió a ponerse en circulación por internet y fue adquirida por alguien desconocido. Otra vez se le perdió la pista, y no se supo nada más hasta hace un año, cuando la 78010662 fue referenciada en un inventario rutinario de la policía italiana entre las pertenencias de un hombre asesinado por su esposa en la ciudad de Génova. Fue subastada judicialmente y adquirida por una mujer de nombre desconocida. Sólo se sabe de ella que era rusa, muy bella, elegante y altiva, y que tendría unos 55 años.

jueves, 17 de febrero de 2011

Krasnogorsk 3 (Primera parte)

Krasnogorsk es una ciudad-suburbio de la enorme conurbación metropolitana de Moscú. Es una ciudad surgida de la nada en los años treinta del siglo XX, creada de acuerdo con los cánones soviéticos como una ciudad residencial e industrial. Tiene en la actualidad más de 100.000 habitantes, y no presenta interés turístico alguno, sería una más de las muchas que pueblan el oblast (una especie de departamento federal) de Moscú, si no fuera porque la ciudad dio nombre a un producto salido de una de sus fábricas durante las décadas de los 70, 80 y 90, un producto que terminó por hacerla célebre. La empresa Krasnogorski Zavod (KMZ) producía cámaras fotográficas y cinematográficas. Son bastante conocidas, por ejemplo, las cámaras de fotos Zenit. Y se fabricó también una linea de cámaras de 16 mm, las Krasnogorsk.



Las cámaras de la serie Krasnogorsk empezaron a fabricarse alrededor de 1971 y pronto se convirtieron en muy populares en todos los países del bloque comunista. La Krasnogorsk era una cámara muy fuerte y resistente, ideal para condiciones extremas (muy resistente al frío), y absolutamente autónoma, pues funcionaba a cuerda. No precisaba ningún tipo de baterías, excepto para el fotómetro interno que llevaba incorporado. A diferencia de la mayoría de las cámaras cinematográficas de 16 mm de la época, la Krasnogorsk se concibió como una cámara ligera y funcional, con un diseño técnico y estético práctico y sencillo, características en las cuales radica precisamente su belleza. Y ello se hizo sin renunciar a las prestaciones técnicas más interesantes y manteniendo altos los estándares de calidad, pues el modelo Krasnogorsk 3 (de largo el más popular) salía de fabrica con una óptica más que decente, la Meteor 5-1. Este objetivo llevaba un zoom de entre 17 y 69 mm, con una apertura máxima de diafragma de 1,9. Unos números muy respetables. Sin mayores alardes, la cámara incorporaba un selector de velocidades de filmación que abarcaba desde los 8 f.p.s hasta los 48 f.p.s, y permitía la filmación foto a foto, con lo que era una cámara muy interesante para realizar animación.



A todo ello se unía otra ventaja: se concibió como una cámara barata, plenamente asequible para su uso amateur. Con lo cual, por una cifra relativamente baja, cualquier aficionado al cine, cualquier persona ansiosa por captar imágenes, tenía la posibilidad de acceder a los 16 mm, uno de los formatos más interesantes del mundo del cine y con características ya profesionales, y hacerlo con unos criterios de calidad aceptables. La Krasnogorsk era una verdadera oportunidad para los cineastas amateurs del bloque soviético. Esa combinación de ventajas, unida a su falta de pretensiones y a su bonito y eficaz diseño, hicieron de la cámara un objeto muy apreciado.



La Krasnogorsk 3 era una cámara desconocida en occidente. No existía en el mundo capitalista una cámara barata para uso amateur. Las Bolex, las Arriflex, las Beaulieu, eran sofisticadas y caras, por no hablar de las Eclair o las Aaton. Puede que la Krasnogorsk hubiera tenido una vida comercial interesante una vez cayó el telón de acero y se abrieron los mercados hacia un lado y hacia el otro. Pero la irrupción del vídeo, robó literalmete el segmento de potenciales compradores de la K-3. El amateurismo se pasó al vídeo.

En los primeros años de la década del los 90, la Krasnogorsk 3 se dejó de fabricar. Se habían producido a lo largo de 20 años varios cientos de miles de unidades de la versión 1, la 2 y sobre todo la 3. Se llegó a diseñar y a construir una última versión, la K-3M, de la cual solo aparecieron unas pocas unidades.

La K-3 desapareció. ¿O no?



En los últimos años, cosas del destino, la K-3 ha vuelto a sacar la cabeza en un mercado que es hoy global, que abarca desde Moscú, a Seattle, desde Londres a Vladivostok. No todo el mundo se conforma con una cámara de vídeo, los hay que siguen soñando con hacer películas amateurs en celuloide, hacerlas en ese maravilloso formato llamado 16 mm. Ellos son los que han redescubierto esta cámara, esa gran minoría repartida por todo el mundo es la que la ha sacado del olvido absoluto, la que la ha convertido, definitivamente, en una cámara de culto.



Hoy puede comprarse fácilmente, de segunda mano, una de las cientos de miles de Krasnogorsk 3 caídas en desuso. Solo hace falta un ordenador conectado a la red. Se venden, con todos sus complementos (bolsa original, filtros, correas, etc) en Rusia, Ukrania, Bielorrusia... por menos de 200 euros.

Winter's Bone

Estados Unidos (2010)
Dirigida por Debra Granik
Escrita por Debra Granik y Anne Rosellini, basada en la novela de Daniel Woodrell.
Jennifer Lawrence, John Hawkes, Lauren Sweetser, Kevin Breznahan, Isaiah Stone, Ashlee Thompson, Shelley Waggener, Garret Dillahunt.
El invierno del cine "indie"
Se confirma todo un sub-género dentro del cine “indie” norteamericano, una veta con claves nítidamente definidas. Retrata una América rural y deprimida, unos paisajes sucios, planos, siempre invernales, un contexto social primitivo y salvaje, alejado radicalmente de la idea opulenta que se puede tener de los Estados Unidos. Y en ese medio tan hostil, emerge un héroe (heroína, normalmente), un personaje que, de un modo sordo que jamás será premiado, combate ese contexto social desolador persiguiendo una idea de decencia y de justicia que se circunscribe a lo personal (lucha por sus propios problemas), pero que trasciende más allá y termina por contagiar al grupo.

Formalmente este sub-género, practica una especie de "realismo frío" (así lo denomino yo), un realismo cortante y sin concesiones, que no busca especialmente incomodar, pero que no tendrá ningún reparo en hacerlo si hace falta. Cualquier imagen puede aparecer, los hechos más impensables pueden acontecer en medio de este crudo invierno. Quizá, como película inspiradora de este sub-género, pueda señalarse con honores a "Fargo", una obra sin duda trascendental y de cuya frialdad han tomado nota infinidad de películas posteriores.

"Winter's Bone" sigue a rajatabla este modelo de cine, el cual goza de un alto prestigio, heredado posiblemente de la imperecedera "Fargo". Un cine social serio y consternado que pretende denunciar que no todo reluce en América. Un cine serio que parece que hay que tomarse en serio. Y así ocurre, pues los ejemplares de este sub-género suelen empacharse de premios en los festivales del ramo, como Sundance. Este festival de cine independiente, antaño verdadera cantera de talento, se ha quedado un poco enquistado en el rollito "indie" y sus variantes, aquello que en su día les dio fama mundial y les situó como un festival puntero en el nuevo cine del siglo XXI, quizá deba empezar a evolucionar. El cine es hoy más amplio, ha crecido en estos 10 años y ya está mucho más allá de lo que Sundance premió el año pasado al señalar "Winter's bone" como mejor película.
Es ésta una película decente, transparente en sus formas y su propósito. Sin embargo, por un lado, ya no aporta nada nuevo, y por otro, narrativamente, dista de ser brillante, con lo que tampoco es capaz de elevar la tensión y la emoción a niveles de altura. Inicialmente la película se hace repetitiva, por la sencilla razón de que pone pocos elementos en juego. Hace falta que pasen 30 minutos para que gane dimensiones. Es muy peligroso este juego, pues puede desenganchar a un sector importante de espectadores. Se trata de una arriesgada apuesta por el realismo. Como los diálogos, de los cuales podría decirse sin conocimiento de causa que son especialmente flojos, cuando en verdad pretenden ser de un realismo exagerado, tan malos como malo es lo que se dice la gente primitiva y salvaje del lugar. Esta película juega al límite en este aspecto. La realidad a veces es muy aburrida, y poner eso en una película puede ser peligroso.

"Winter's bone" avanza luego decentemente. Gana solidez cuando sus personajes van ganando cuerpo ante nuestros ojos y cuando sus códigos nos quedan claros. Especialmente acertado el papel de tío Teardrop, y muy bueno el trabajo sobre un personaje ausente, el padre de la protagonista. Poco a poco, se perfila lo que es importante, lo que puede llegar a emocionar al espectador. Aun así, es siempre una película que parece deberse más al genero al que pertenece y a sus claves, que a sus propios personajes, lo cual le quita alma.

La película se va redondeando, y se queda en un film muy correcto, bastante atractivo, y nada novedoso. Es una película que llega tarde, que ya estaba hecha ("Frozen River", por ejemplo, es mucho mejor). Que cuenta una buena historia, a veces mejor y otras peor. Que tiene su momento espeluznante, y un final, como es habitual en lo “indie” (mucho ruido y pocas nueces), nada radical. Una película que plantea algunas preguntas de cara a un futuro bastante inmediato.

¿Cuánto más dará de sí este “realismo frío”, si no evoluciona? ¿Cuánto más podremos seguir confiando en el palmarés del festival de Sundance? ¿Qué carrera le queda a lo “indie”, tal como hoy lo conocemos?

Puede que “Winter’s Bone” tenga al fin y al cabo una utilidad, convertirse en un punto de inflexión para Sundance y para todo lo que representa.

lunes, 7 de febrero de 2011

Arrebato

España (1979)
Dirigida por Iván Zulueta
Eusebio Poncela, Cecilia Roth, Marta Fernández-Muro, Carmen Giralt, Will More, Luis Ciges, Antonio Gasset.

ADICTOS
Adictos. Adictos al cine, y no solo a las películas, sino a la imagen, a lo que significa, al tiempo que se atrapa con ella, al color, al movimiento... adictos a la imposible tarea de atrapar la vida. Adictos a la droga, que como el cine, te dispara yo que sé a donde. Adictos a la compañía, como Cecilia a Eusebio, y Eusebio a Cecilia, que no pueden prescindir uno del otro, hasta que les abducen sus propias adicciones individuales. Como yo a mi gordita y mi gordita a mí. Adictos a Lourdes. Adictos a la estupidez. Adictos a...

Esta película va de adictos, evidentemente, como lo era Ivan Zulueta. Crónica anunciada de su muerte. Las adicciones son obsesiones, nos cogen y no nos sueltan, o no las soltamos, no se. Lo dejamos todo en ellas, toda la energía, lo demás importa una mierda. Nos consumen, nos envejecen. La vida es una adicción, por eso envejecemos, por eso morimos. Somos adictos a emplearla en algo, a conocerla, a verle el sentido. La adicción nos quita la vida, pero es a la vez lo que le da sentido. Se puede ver esta película como una historia de locos drogadictos obsesionados con el cine, o como una metáfora de la vida. Allá cada cual.

Muy filosófico estoy. Vamos a otra cosa.

Arrebato no es solo eso. O mejor dicho, es eso, porque hay un millón de cosas que llevan a eso. A primera vista, la película habita en la anarquía. Y aun así, aun desprendiendo esa sensación, su coherencia interna es impecable. Compatibilizar ambos extremos es un logro singular. En realidad es una película muy precisa, donde el empleo del espacio y del tiempo rayan en lo magistral, pues sin perder nunca el sitio, sin provocar mayor confusión que la que busca, consigue narrar con naturalidad hechos de aquí, de allá, de hoy, de hace un año, o del mes que viene. Parece fácil y no lo es en absoluto. La complejidad estructural merece un diez.

Las "células" que visten esta estructura son obra de un adicto al cine. Cada imagen, cada encuadre, cada sencillo plano por corto que sea, está trabajado, no para resultar extraordinario en si mismo, sino para participar del viaje. En este contexto, Zulueta escoge una ruta elemental, sin paranoias (al margen de las imagenes en super 8, claro), lo que le permite emplear pocos plano, y trabajarlos al máximo, sacarles todo el jugo. Hay planos muy buenos, con gran fuerza visual, más efectivos que si contara lo mismo con una batería de 10 imágenes. De modo que, al fin y al cabo, planos que sirven al conjunto, terminan resultando en si mismos extraordinarios. Se cierra el círculo y todo cuadra. Estamos cansados de ver películas que hacen el viaje al revés, y todo se va al traste. El cine es síntesis por la sencilla razón que el cine es imagen.
Todos los elementos que configuran Arrebato están trabajados y funcionan, lo cual hace pensar que el rodaje de esta película debió ser mucho más serio de lo que cuentan las leyendas. Los actores están estupendos y precisos. Los efectos de sonido, si bien se puede decir que parecen excesivos en algún momento, resultan muy eficaces. La fotografía se ajusta en cada momento al ánimo de la película, y el guión, además de ser estructuralmente brillante, contiene diálogos certeros y fieles a los personajes, y está lleno de pequeños círculos, de minúsculas obsesiones que se encadenan y hacen fluir la historia para que no te des cuenta de que estás viendo una película. Como debe ser.

Para terminar, una de adictos: este usuario, adicto al cine, ve esta película, y nada podrá sacarle de su sillón. Su escena favorita es cuando Cecilia Roth se disfraza de Betty Boop y baila para Eusebio Poncela. Es adicta a él, y al sexo con él, y a las drogas con él. En su baile (maravillosamente filmado y coreografiado, por cierto), la chica se interpone entre el proyector y la pantalla, se interpone en la adicción de Eusebio, que es el cine. En su adicción, Eusebio asiste al climax adictivo de otro personaje, Will More, quien ante él, sucumbe, envejece, se consume. Se completa así una cadena de adictos, en la que cada uno de los personajes observa en sus adicciones su propio destino. Una secuencia compleja y extraordinariamente concebida.

Una película cerrada, hecha de lo que cuenta, de obsesiones, donde se nos explican cosas que nadie nos había dicho antes, que no pegan en nuestro mundo de bienestar, cosas como que sin nuestras adicciones no somos nada. Una interesante y atípica visión de la vida la del señor Zulueta.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Pa Negre

Catalunya (2010)
Dirigida por Agustí Villaronga
Francesc Colomer, Nora Navas, Roger Casamajor, Marina Comas, Laia Marull, Eduard Fernández, Sergi López, Lluïsa Castell, Mercè Arànega, Marina Gatell, Elisa Crehuet, Joan Carles Suau, Jordi Pla, Pep Tosar.
A seguir comiendo pan negro.
Casi. Casi hemos tenido por fin en Catalunya una gran película. Casi. Ha ido del canto de un duro. Y ese canto es un abismo, lo que separa una buena de una mala película.

No son muchas las cosas que fallan en Pa Negre. Pero son esenciales. Como en el fútbol. Si falla el delantero, no es muy grave, pero si falla el portero, te meten un gol.

Los fallos esenciales suelen llegar más bien de los excesos que de las omisiones. Este es el caso. Y el exceso proviene en Pa Negre, de meter a un lobo en la piel de un cordero (o a la inversa, da lo mismo), es decir, de querer ser lo que no se es. Agustí Villaronga trata de hacer una película costumbrista, a partir de una adaptación literaria, y pretende hacer un cine de gran corrección formal, realista en gran medida, narrativamente transparente, con un guión complejo lleno de personajes y de tramas paralelas. Craso error. Quizá buscaba ser más comercial, más convencional, pero no se puede renunciar al ADN si no se es un genio. Hay tipos como Billy Wilder, o John Huston, entre otros, que son capaces de hacerte un pedazo de película negra, un drama espléndido al año siguiente, y una comedia hilarante al próximo. Y todas funcionan. En el ADN de Villaronga no existe esta polivalencia. Si bien es un director muy interesante, por el uso creativo que hace de la cámara, no tiene una habilidad equivalente para convertirse en un corderito y hacernos una gran película costumbrista, aunque esté aderezada de misterios y leyendas.

El guión, hunde esta película. El exceso de tramas e hilos, el desmadre de personajes, la orgía de "jugadas" que, individualmente, pueden resultar interesantes, pero que destrozan al equipo. Éste no consigue ser compacto. Síntesis, simplicidad. John Huston lo decía, simplicidad, amigo, simplicidad. Es esta una película desarbolada y abatida por el viento, los ecos de una esquina, no se oyen en la otra. Hay tramas que podrían desaparecer y lo único que ocurriría es que Pa Negre mejoraría. Hay personajes, ramas, que sobran. Y esto es importante, trasladado al patio de butacas, significa que el espectador, ávido de emociones, desconoce cual es el camino que debe tomar, no sabe con quien empatizar, pues está abrumado por el exceso. No sabe qué o quien es importante, y qué o quien no lo es. Las emociones se diluyen sin remedio en el exceso. No es que no se pueda hacer una película altamente compleja, se hacen y funcionan (véase La Cinta Blanca). Pero aquí no, porque las diferentes piezas de este puzzle, emocionalmente, no se dan la mano, no se complementan, no se enriquecen.
Villaronga ha mezclado aquí varios libros, y lo ha hecho con tanto rigor, que ha hecho varias películas en una. Hay que saber renunciar, hay que saber decir no, hay que saber tirar a la basura lo que no sirve, por muy bonito que sea. Esto se enseña en primer curso en las escuelas de cine. Villaronga ha tenido un arranque de amor por el guión que ha escrito, y eso le ha pasado factura. Puede que se sintiera poeta de palabras, además de poeta de imágenes (eso sí lo es), pero las palabras no están en su ADN, y no lo estarán mientras no controle sus arranques de amor por sí mismo. Ah, la vanidad, que jodida que es para un creador.

Casi. El canto de un duro. Porque la película está muy bien dirigida. Por una vez, el cine catalán consigue ser plenamente creíble. Las interpretaciones son muy buenas, y eso tiene mucho que ver con Villaronga. Hay escenas admirablemente organizadas y coreogarfiadas, de hecho, individualmente, todas (o casi) son escenas buenas, y a veces muy buenas. Pero juntas, no funcionan como deberían.

Lo mejor de la película, aquello que está en el ADN de su creador. El uso de la imagen. Valga como ejemplo los dos últimos planos de la película. Una maravilla. Pura síntesis visual. Pero llegan tarde.

Lo peor, como he dicho, los artilugios e inventos del guión. Valga como ejemplo una secuencia verdaderamente infumable, en la que nuestro pequeño héroe se despide de su amigo enfermo. Un pegote del guión, indigno de una gran película. Pocas veces se le ha visto tanto el plumero a una película en tan poco espacio de tiempo. Todas las carencias, intuidas hasta entonces... ¡flas!, te dan una torta en la cara. ¡Qué lástima! Demasiado amor del escritor por una subtrama que no sirve de nada.

Casi. Hemos estado cerca de tener por fin una gran película en Catalunya. Teníamos grandes individualidades, grandes jugadas preparadas, pero sin equipo, no se puede ganar la liga. De momento, a comer pan negro, y a seguir esperando.