viernes, 13 de enero de 2012

De Dioses y Hombres

Francia, 2010
Dirigida por Xavier Beauvois
Escrita por Xavier Beauvois y Etienne Comar
Lambert Wilson, Michael Lonsdale, Olivier Rabourdin, Philippe Laudenbach, Jacques Herlin, Loïc Pichon, Xavier Maly, Jean-Marie Frin, Abdelhafid Metalsi, Sabrina Ouazani, Goran Kostic
Pequeños Dioses
Hemos vivido unos años en los que el cine realista había desarrollado un estilo muy determinado al que se ha apuntado todo aquel director que se precie de estar a la vanguardia, en la cresta misma de la ola. Cámaras frenéticas, planos subjetivos enloquecidos, ausencia de límites en el contenido de las imágenes, con lo que nos hemos puesto las botas con sexo y violencia hasta salirnos por las orejas. Eso, ya está, ya lo tenemos: la cámara sin trípode y en manos de un operador con párkinson ES el realismo. Pues yo andaba ya un poco hastiado de tanto mareo, y de un cine tan ansioso por sorprender que al final ha terminado por ser previsible.

Me pareció muy interesante una película del año pasado llamada Ajami, una película con afán realista que formalmente se limitaba a mostrar los hechos, sin volver loco al espectador. La película termina siendo cruda y creíble. De Dioses y Hombres se afilia en esta línea. Puede que estemos ante un nuevo estilo de cine realista, donde es más importante lo que ocurre dentro del encuadre que la forma que se da a ese encuadre.

De Dioses y Hombres es una película realista y cruda. Está narrada a un ritmo pausado, sin prisas. La puesta en escena está depurada al máximo, se guía por la austeridad, no solo en aquello que muestra, sino en como lo muestra. No hay más planos que los imprescindibles para mostrar lo que está contando, ni uno más. Y de ese modo, la cámara, desaparece y el espectador viaja al interior de la película.

La primera parte se hace casi aburrida, se puede llegar a pensar que es innecesaria tanta rutina. El dispensario, el huerto, la comida, los oficios... La película no empieza nunca. ¿Estamos en un documental? He leído en otras críticas que tanta lentitud hace daño a la película. Discrepo de ello. La primera parte es un elemento imprescindible para que funcione la segunda parte, es su única razón de ser. Sin ese ritmo lento inicial, el desenlace no tendría la potencia que tiene.

En la segunda parte, la película no acelera su ritmo. Lo que crece exponencialmente es la tensión dramática. Y es precisamente la pausa con la que ocurren los acontecimientos, en la cual ya estamos metidos, la que genera esa tensión. Es una brillante ejecución por parte de Xavier Beauvois, que demuestra que domina a la perfección los mecanismos para narrar una historia.

La violencia está implícita en las imágenes austeras. Y pongo como ejemplo, sin desvelar, una secuencia que a juicio del que suscribe, es sencillamente genial: mientras los monjes rezan en la capilla, un helicóptero sobre vuela el monasterio. El ruido en la callada hora de la oración, resulta aterrador. No hace falta nada más. Toda la película, conceptualmente, está fabricada para que momentos como el que acabo de describir funcionen.
Concepto, estilo, ritmo, todo está al servicio de una cosa: los personajes. No puede ser de otro modo. Esto tan sencillo, tan elemental, no siempre es tan diáfano para muchos directores. A veces uno piensa que es la excepción, cuando debería ser la esencia. Beauvois aquí lo tiene muy claro. Aunque inicialmente no lo parezca, es una película coral, que narra el proceso interior de ocho seres ante unos acontecimientos extremos. Esa coralidad es un acierto, porque le da mayores dimensiones a la película, ofrece un análisis más amplio y complejo sobre lo que trata de contar y aquello sobre lo que se cuestiona, que no es otra cosa que el sentido de la vida, el apego a la misma, los valores que la hacen valiosa. Y lo más interesante es que como resultado del análisis, observamos que no existe una respuesta única que valga para todos. Cada individuo obtiene sus propias respuestas.

No está tan claro que exista un bien y un mal, un camino correcto y otro incorrecto, una decisión acertada y otra errónea. ¿Por qué? Pues porque somos nosotros mismos quienes mandamos sobre nuestra vida, somos la máxima autoridad, la única a la que debemos rendir cuentas. Pequeños Dioses.

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